Año 2014, Londres, Inglaterra.
Aquél ático de la zona de Belgravia parecía arrasado por un huracán, un terremoto y un tsunami a la vez. Los muebles, algunos originales y antiguos, estaban volcados o destrozados. Los cuadros estaban rajados como si un animal salvaje los hubiera arañado con sus uñas. El suelo de madera estaba lleno de sangre, de libros tirados por el suelo y de plumas que sobresalían de los cojines.
La Dalia Negra escuchaba los gruñidos de aquél horrible animal que habitaba en aquella casa. Era un perro. Un husky siberiano. No sabía de quién era ni qué hacía allí. Ni siquiera recordaba de quién era la casa, pero parecía deshabitada y ella decidió quedarse allí. Nadie la reclamó ni la echó. Quizá fuese la casa de alguna de sus víctimas. Qué más daba. No eran más que cuerpos.
La Dalia Negra, la llamaban en las noticias. Reino Unido estaba conmocionado ante los brutales ataques que se llevaban a cabo en la capital inglesa. Los investigadores no encontraban nada que pudiesen vincular a nadie con los asesinatos. Algunos lo comparaban con la Dalia Negra original, una muchacha asesinada en Los Ángeles, Elizabeth Short, cuyo asesinato jamás se resolvió.
Unos golpes firmes resonaron en la puerta principal y la Dalia giró la cabeza hacia el pasillo. Ese odioso perro volvió a ladrar con fuerza y oyó sus patas contra la madera, arañando la puerta, como si conociese al visitante.
No abras la puerta.Es una trampa...Vienen a por ti.
La Dalia se dio un par de retoques mirándose al espejo y sonrió ampliamente. En aquél rostro en forma de corazón, aquél rostro de muñeca de porcelana, la sonrisa hubiese sido dulce, encantadora. Pero no con aquellos ojos de color negro, vacíos de vida o de alma.
-¡EMMY VAN VEELDVOORDE!
Una voz resonó por todo el piso y la Dalia arrugó la nariz, con diversión. ¿Sería aquél el nombre de la dueña del piso? No lo sabía. Aquél nombre no le decía nada, por lo que se puso las gafas de sol que tapaban aquellos ojos y se acercó a la ventana que daba a la salida de incendios, dejando atrás el ático de Belgravia.
"Que se espere allí", se dijo mientras bajaba las escaleras con los tacones resonando en el metal.
El visitante echó la puerta abajo y buscó por todo el piso, pero no halló lo que buscaba. Lo único que encontró, gracias a su aroma, fue a la figura de la Dalia Negra contoneándose por el callejón. El visitante bajó las escaleras y se metió de lleno en la noche londinense, en pos de la figura.
Bar O'Flanagan.
Aquél pub era de sus preferidos. Siempre había hombres que giraban sus cabezas nada más verla entrar en el local. Ella sabía que miraban su cuerpo curvilíneo y sus largas piernas moverse hacia la barra. Pidió una copa de whiskey y la agarró con una mano, echando un vistazo a los clientes.
Bingo.
Un joven, pelirrojo y lleno de pecas y granos, de no más de diecinueve años la observaba boquiabierto. La Dalia sonrió e hizo un gesto para que se acercase. Probablemente fuese la primera mujer que aceptaba ligar con él. Intercambiaron risas coquetas y conversaciones banales durante quince minutos, cuando la Dalia agarró la mano temblorosa del chico y se lo llevó al callejón oscuro.
Ella tenía razón. Las manos temblorosas y torpes del joven recorrieron el cuerpo de la mujer mientras ella apretaba una afilada daga, escondida entre los pliegues de su vestido. Sentía los labios de aquél chico cuando...
-Veo que te has buscado un buen hobby, hermanita.
La misma voz del piso resonó en el callejón e hizo que el chico huyese, preocupado quizás porque le hubiesen pillado. La Dalia hizo una mueca y se giró hacia la mujer. Era alta, de cabellos negros y ojos azules. Estaba apoyada en la pared de ladrillo del callejón, mirándola.
-¿Hermanita?-Respondió la Dalia con gesto burlón-No te conozco y...¿No estás muy lejos de tu casa, gatita?
Su voz era puro desafío. Una voz suave, melosa, como una pantera que ronronea antes de atacar. La Dalia se toqueteó el pelo, con la misma sonrisa, mirando a aquella mujer a través de las gafas de sol.
-Cuidado, manos largas. No quieras que esta gata te dé un zarpazo y acabe con esa bonita sonrisa tuya.
La mujer se acercó a la Dalia, también sonriendo con burla, hasta que ambas quedaron a la misma altura. Se puso las manos sobre las caderas e inclinó el cuerpo hacia la derecha, en una posición defensiva.
-Dime, Emmy, ¿También vas a matarme a mí?
Mátala. Es peligrosa. Tienes que matarla.
-¿Emmy? ¿Y esa quién es?-La Dalia sacó la afilada daga de entre los pliegues de la falda y ésta brilló a la luz de la luna. Jugueteó con ella mientras miraba a aquella mujer-Vuelve a tu cestita de mimbre con tu ovillo de lana, gatita.
La mujer sonrió irónicamente mientras se acercaba y la observaba. La Dalia sintió su olor, un olor extraño y arrugó la nariz. Aquella extraña mujer alzó una mano y acarició sus cabellos negros.
-Qué te han hecho, Emmy. Qué te has hecho...¿No sabes quién eres, verdad?
-¡No me toques!-Siseó la Dalia Negra golpeando aquella mano y se alejó de la mujer, con los tacones resonando en el callejón. Pasó una uña roja como la sangre por la daga y su sonrisa se ensanchó más, mirándola-No sé quien eres, preciosa...Pero me has espantado a la presa...Y yo quiero sangre.
Se relamió los labios y soltó un grito gutural, sintiendo aquella extraña combinación. Por dentro, su cuerpo ardía como si estuviese en una hoguera, pero, por fuera, su piel se coloreó del blanco nieve, dándole aspecto de fantasma. Poco a poco, su piel empezó a marcar las venas, negras como el carbón.
La Dalia Negra bajó la vista, sonriendo coqueta y tiró las gafas de sol. Sus ojos estaban completamente negros, sin pupila. Eran unos ojos vacíos de vida, de alma. Eran los ojos de una bestia que dormía en su interior. Y la bestia quería sangre.
-Vamos criatura. ¿Eso es todo lo que sabes hacer?
La mujer se transformó ante los ojos de la Dalia Negra. Su cabello pasó del negro carbón al rojo fuego y sus ojos de color negro. Su cuerpo mostraba más curvas o quizás más fuerza muscular. Llevaba en las manos una daga afilada con una inscripción.
-Devuélveme a mi hermana...O tendré que mataros a ambas.
La Dalia soltó un siseó y un gruñido gutural y tiró la daga en dirección al estómago de la criatura, que la esquivó con agilidad y agarró a la Dalia, empujándola contra la pared y clavando la daga en su cuello, donde algunas gotas de sangre brotaron.
-Déjame ayudarte,no lo hagas más complicado. Puedo hacer que te liberes de esto, Emmy. Déjame tenderte una mano, te lo suplico, hermana.
Hermana.
No la escuches. Sólo quiere confundirte. Acaba con ella...YA.
La Dalia soltó un gruñido salido de ultratumba mientras sentía la fuerza sobrenatural de aquél ser y alzó una mano, clavando sus garras sobre la piel pálida y desgarrándola, viendo como comenzaba a manar la sangre,salpicando sus dedos.
-Yo no tengo hermanas.
-Tienes una hermana, y soy yo, Ekaterina. Pero antes de ser mi hermana fuiste mi amiga, hace muchos años-La llamada Ekaterina agarró el cuello de la Dalia y gruñó-¿Lo haremos por las buenas o debo recurrir al modo drástico, Emmy?
La Dalia gruñó y se removió, sintiendo aquella presión en su cuello. Las venas negras palpitaban como si tuviesen vida propia y susurró.
-No te conozco de nada.
Escupió la mejilla de la mujer y puso una mano en la piel de su cuello, desgarrándola también, haciendo manar la sangre. Sintiendo como la mano apretaba su cuello, la Dalia puso ambas manos sobre la piel de Ekaterina, comenzando a traspasarle su frío que podría llegar a congelar a sus víctimas. Ekaterina gruñó ante aquél escozor tan desagradable, sintiendo aquél frío con agonía. Después, progresivamente, su piel se transformó en otra de escamas azuladas, y observó a la Dalia, cansada.
-Lo siento, Emmy. Nunca quise que fuera así.
Y todo se volvió negro...
En algún lugar de Londres.
La Dalia se despertó y abrió poco a poco los ojos, sin saber donde se encontraba. Lo único que recordaba era aquella pelea con la mujer que se hacía llamar Ekaterina. Recordaba la sangre manando de aquella mujer, que se convirtió en...algo...
Una serpiente.
Cuando intentó incorporarse, sintió y vio que estaba atada de pies y manos, lo que la hizo reaccionar. Soltó un gruñido que parecía salido del mismo infierno y tironeó de las ataduras una y otra vez. Debía liberarse y matar a aquella pequeña zorra cuanto antes.
-Vamos, niña, cállate. A mí tampoco me gusta ésto así que deja de ser tan exasperante-Ekaterina estaba apoyada en la pared, evitando cualquier contacto visual, y miraba el paisaje por la ventana-Cuanto hace que existes, Dalia.
-No sé de qué me hablas, siempre he sido así-Respondió la Dalia en aquél tono burlón y levantando una palma de la mano-No sé a quién buscas. Quizás esto es todo un malentendido.
-Te busco a ti, "gatita". Tu eras, o eres alguien que significa mucho para mí. Pero parece que te has caído por un precipicio demasiado hondo.
Ekaterina salió de las sombras y se acercó al lugar donde se hallaba atada la Dalia, con algo en la mano. Algo que de momento no podía ver. Pero entonces, Ekaterina se lo puso delante de la vista. Era una foto de dos jóvenes vestida de época. Una, era ella. Ekaterina. La otra era una joven con una sonrisa en su rostro y el cabello rojo fuego suelto.
-La conocí en una noche, en un baile. Se encontraba tan perdida y desorientada en aquél lugar como yo. Eso fue lo que me gustó de ella, ¿Sabes? que era "como yo"-La voz de Ekaterina tenía un tono de melancolía y remordimiento.
Pretende confundirte.
No la escuches.
Te está mintiendo.
La Dalia soltó una carcajada desagradable antes de hablar.
-Yo no soy esa, si te das cuenta-La joven pelirroja de la foto no se parecía nada a la Dalia Negra. Algo en su interior se removió, como una sensación extraña que no podía asociar. No. No era ella. Esa no podía ser ella-¿Cómo tú?
-Ambas estábamos perdidas y rotas en un mundo que no nos acogía-Ekaterina volvió a guardarse la foto y colocó los antebrazos sobre sus piernas, bajando la cabeza-¿Qué voy a hacer contigo?
-¿Qué tal si hacemos un trato? ¿Hm? Tú me sueltas y yo no te mato. Me iré de rositas-Contestó la Dalia mientras abría las palmas de las manos. Sus venas palpitaron y las ataduras comenzaron a llenarse de hielo.
-Eres una carga muy pesada si sigues haciendo eso, estúpida.
Ekaterina alzó una mano y la Dalia sintió una fuerza que le oprimía el cuello, asfixiándola poco a poco. Abrió la boca en busca de aire y jadeó, notando como apretaba cada vez más y más, impidiendo el paso del hielo. La Dalia siguió sonriendo burlonamente, forzándola hasta ver de lo que era capaz aquella mujer.
-¿Por qué no permites que te ayude?
-Quizás no quiera volver.
La tensión se reflejaba en el rostro de Ekaterina, que hizo que las cuerdas se apretasen cada vez más y más hasta que bajó la mano, aparentemente agotada. Apenas podía mantenerse en pie.
-La estás matando...Devuélvemela.
Parecía realmente hundida. Pero eso a la Dalia no le importaba. Soltó un gemido gutural y su voz bajó varios tonos, hasta hacerse de un tono de ultratumba que hacía que la piel se erizase. Seguía siendo el cuerpo de la Dalia, pero la voz era la de aquella fuerza que controlaba a Emmy.
-Te dejas llevar por las emociones. Eso te costará disgustos. Despídete de tu pelirroja. Ella está lejos de toda ayuda.
El ser soltó una carcajada grave y las ataduras se rompieron, lo que hizo que tuviese libertad para saltar encima de Ekaterina, inmovilizándola en el suelo con una fuerza sobrehumana. Sin dar tiempo a que Ekaterina reaccionase y pudiese quitarla de encima, el ser agarró el brazo y hundió sus colmillos en su piel, notando el sabor de la deliciosa sangre en sus labios, lo que provocó que lo más oscuro que había dentro de aquél cuerpo se despertase. La Dalia fue golpeada por Ekaterina y se apartó, gruñendo, con los labios cubiertos de sangre.
-Es la última oportunidad que te doy. Tráela de vuelta.
El ser volvió a reír y relamió la sangre de sus labios, mirando sus manos cubiertas de sangre, clavando sus ojos negros y crueles en Ekaterina.
-Tu hermana está en un lugar donde no puedes alcanzarla. Ahora es nuestra-El ser golpeó a Ekaterina en el pecho, empujándola y se acercó a la ventana, siseándola-Nos volveremos a ver-Tras esto, desapareció, saltando desde el alféizar.
Ekaterina se quedó sola en aquella habitación y susurró, antes de desaparecer:
-No dudes que te encontraré de nuevo, Dalia.Y la próxima vez, te mataré