sábado, 7 de febrero de 2015

Bienvenida al mundo, Emmy Van Veeldvoorde.

La búsqueda de la asesina conocida como Dalia Negra siguen sin dar ningún fruto. La Interpol ha enviado una orden de busca y captura...

La Dalia Negra vuelve a atacar en un pequeño pueblo de la costa noruega, cerca de la frontera con Suecia. Las autoridades piden precaución...

Sólo se oye el susurro. El susurro de una voz. Una voz que recita versos en lenguas olvidadas, que se creían perdidas. Y, sobre todo, prohibidas.
Tirada en el suelo nevado en medio del bosque, allí se encontraba ella, la Dalia, tan mortífera y tan hermosa que había sido capaz de atraer a los hombres más poderosos del mundo sólo por el placer de verlos caer.

Ahora era ella la prisionera. Jamás había vuelto a una situación tan crítica desde que aquella extraña criatura que alegaba ser su hermana la consiguió atrapar y maniatar. Su sed de sangre, apagada por aquél entonces, se disparó en cuanto sintió la sangre de aquél híbrido en sus labios. Desde entonces, nadie había conseguido pararla.

Hasta ese momento.

-Tiene que funcionar-Decía una voz susurrante mientras el círculo se iba cerrando alrededor de la joven inmóvil en el frío suelo. 

Su garganta estaba rajada de lado a lado y la sangre aún estaba caliente y manaba en pequeños ríos hasta derretir la nieve. Se acercó un extraño objeto con runas célticas talladas y se impregnó de aquella sangre. Aquella oración rítmica iba ascendiendo de volumen hasta llegar a un extraño clímax. Ahora los susurros eran gritos y el cuerpo de la Dalia se estremecía violentamente.

¿Sois tan necios como para creer que podéis vencerme? La oscuridad vive en ella. Siempre vivirá dentro de ella.

La Dalia Negra abrió los labios boqueando en busca de aire. El vaho salía de su boca mientras ella soltaba gemidos agónicos. Las manos se movieron como si sufriesen convulsiones y comenzó a arañar su cuerpo, rasgándolo y provocando pequeños hilillos de sangre.


Sus labios soltaban gemidos y gruñidos salidos de ultratumba mientras el cuchillo impregnado con su sangre goteaba sobre una vela.

El cuerpo de la Dalia se contorsionaba y se movía. Su cabeza giraba a ambos lados violentamente, oyéndose el crujir de su cuello. Los cánticos se hicieron cada vez más altos hasta que ya no se susurraban, se gritaban. 

La Dalia Negra soltó un ruido sobrenatural y se arqueó, mientras su cuerpo no paraba de sangrar. Su cabello fue aclarándose poco a poco hasta que volvió a su tono pelirrojo natural. La piel de su cara se cayó como si fuese cera derritiéndose dejando ver su cara. Todo cambió entonces.

Una mano se posó sobre la cabeza de la pelirroja, que respiraba entrecortadamente y sus ojos cerrados aleteaban como si simplemente fuese un mal sueño. En ese momento, la joven escuchó un susurro en sus oídos y sintió una brisa rozándole la cara.

-Bienvenida a la vida de nuevo, Emmy Van Veeldvoorde.

miércoles, 10 de septiembre de 2014

El invierno del mundo-2014

Año 2014, Londres, Inglaterra.

Aquél ático de la zona de Belgravia parecía arrasado por un huracán, un terremoto y un tsunami a la vez. Los muebles, algunos originales y antiguos, estaban volcados o destrozados. Los cuadros estaban rajados como si un animal salvaje los hubiera arañado con sus uñas. El suelo de madera estaba lleno de sangre, de libros tirados por el suelo y de plumas que sobresalían de los cojines.

La Dalia Negra escuchaba los gruñidos de aquél horrible animal que habitaba en aquella casa. Era un perro. Un husky siberiano. No sabía de quién era ni qué hacía allí. Ni siquiera recordaba de quién era la casa, pero parecía deshabitada y ella decidió quedarse allí. Nadie la reclamó ni la echó. Quizá fuese la casa de alguna de sus víctimas. Qué más daba. No eran más que cuerpos.

La Dalia Negra, la llamaban en las noticias. Reino Unido estaba conmocionado ante los brutales ataques que se llevaban a cabo en la capital inglesa. Los investigadores no encontraban nada que pudiesen vincular a nadie con los asesinatos. Algunos lo comparaban con la Dalia Negra original, una muchacha asesinada en Los Ángeles, Elizabeth Short, cuyo asesinato jamás se resolvió.

Unos golpes firmes resonaron en la puerta principal y la Dalia giró la cabeza hacia el pasillo. Ese odioso perro volvió a ladrar con fuerza y oyó sus patas contra la madera, arañando la puerta, como si conociese al visitante.

No abras la puerta.Es una trampa...Vienen a por ti.

La Dalia se dio un par de retoques mirándose al espejo y sonrió ampliamente. En aquél rostro en forma de corazón, aquél rostro de muñeca de porcelana, la sonrisa hubiese sido dulce, encantadora. Pero no con aquellos ojos de color negro, vacíos de vida o de alma.
-¡EMMY VAN VEELDVOORDE!

Una voz resonó por todo el piso y la Dalia arrugó la nariz, con diversión. ¿Sería aquél el nombre de la dueña del piso? No lo sabía. Aquél nombre no le decía nada, por lo que se puso las gafas de sol que tapaban aquellos ojos y se acercó a la ventana que daba a la salida de incendios, dejando atrás el ático de Belgravia.

"Que se espere allí", se dijo mientras bajaba las escaleras con los tacones resonando en el metal.

El visitante echó la puerta abajo y buscó por todo el piso, pero no halló lo que buscaba. Lo único que encontró, gracias a su aroma, fue a la figura de la Dalia Negra contoneándose por el callejón. El visitante bajó las escaleras y se metió de lleno en la noche londinense, en pos de la figura.

Bar O'Flanagan.

Aquél pub era de sus preferidos. Siempre había hombres que giraban sus cabezas nada más verla entrar en el local. Ella sabía que miraban su cuerpo curvilíneo y sus largas piernas moverse hacia la barra. Pidió una copa de whiskey y la agarró con una mano, echando un vistazo a los clientes.

Bingo.

Un joven, pelirrojo y lleno de pecas y granos, de no más de diecinueve años la observaba boquiabierto. La Dalia sonrió e hizo un gesto para que se acercase. Probablemente fuese la primera mujer que aceptaba ligar con él. Intercambiaron risas coquetas y conversaciones banales durante quince minutos, cuando la Dalia agarró la mano temblorosa del chico y se lo llevó al callejón oscuro.

Ella tenía razón. Las manos temblorosas y torpes del joven recorrieron el cuerpo de la mujer mientras ella apretaba una afilada daga, escondida entre los pliegues de su vestido. Sentía los labios de aquél chico cuando...

-Veo que te has buscado un buen hobby, hermanita.

La misma voz del piso resonó en el callejón e hizo que el chico huyese, preocupado quizás porque le hubiesen pillado. La Dalia hizo una mueca y se giró hacia la mujer. Era alta, de cabellos negros y ojos azules. Estaba apoyada en la pared de ladrillo del callejón, mirándola.

-¿Hermanita?-Respondió la Dalia con gesto burlón-No te conozco y...¿No estás muy lejos de tu casa, gatita?

Su voz era puro desafío. Una voz suave, melosa, como una pantera que ronronea antes de atacar. La Dalia se toqueteó el pelo, con la misma sonrisa, mirando a aquella mujer a través de las gafas de sol.

-Cuidado, manos largas. No quieras que esta gata te dé un zarpazo y acabe con esa bonita sonrisa tuya.

La mujer se acercó a la Dalia, también sonriendo con burla, hasta que ambas quedaron a la misma altura. Se puso las manos sobre las caderas e inclinó el cuerpo hacia la derecha, en una posición defensiva.

-Dime, Emmy, ¿También vas a matarme a mí?

Mátala. Es peligrosa. Tienes que matarla.

-¿Emmy? ¿Y esa quién es?-La Dalia sacó la afilada daga de entre los pliegues de la falda y ésta brilló a la luz de la luna. Jugueteó con ella mientras miraba a aquella mujer-Vuelve a tu cestita de mimbre con tu ovillo de lana, gatita.

La mujer sonrió irónicamente mientras se acercaba y la observaba. La Dalia sintió su olor, un olor extraño y arrugó la nariz. Aquella extraña mujer alzó una mano y acarició sus cabellos negros.

-Qué te han hecho, Emmy. Qué te has hecho...¿No sabes quién eres, verdad?

-¡No me toques!-Siseó la Dalia Negra golpeando aquella mano y se alejó de la mujer, con los tacones resonando en el callejón. Pasó una uña roja como la sangre por la daga y su sonrisa se ensanchó más, mirándola-No sé quien eres, preciosa...Pero me has espantado a la presa...Y yo quiero sangre.

Se relamió los labios y soltó un grito gutural, sintiendo aquella extraña combinación. Por dentro, su cuerpo ardía como si estuviese en una hoguera, pero, por fuera, su piel se coloreó del blanco nieve, dándole aspecto de fantasma. Poco a poco, su piel empezó a marcar las venas, negras como el carbón.
La Dalia Negra bajó la vista, sonriendo coqueta y tiró las gafas de sol. Sus ojos estaban completamente negros, sin pupila. Eran unos ojos vacíos de vida, de alma. Eran los ojos de una bestia que dormía en su interior. Y la bestia quería sangre.
-Vamos criatura. ¿Eso es todo lo que sabes hacer?

La mujer se transformó ante los ojos de la Dalia Negra. Su cabello pasó del negro carbón al rojo fuego y sus ojos de color negro. Su cuerpo mostraba más curvas o quizás más fuerza muscular. Llevaba en las manos una daga afilada con una inscripción.

-Devuélveme a mi hermana...O tendré que mataros a ambas.

La Dalia soltó un siseó y un gruñido gutural y tiró la daga en dirección al estómago de la criatura, que la esquivó con agilidad y agarró a la Dalia, empujándola contra la pared y clavando la daga en su cuello, donde algunas gotas de sangre brotaron.

-Déjame ayudarte,no lo hagas más complicado. Puedo hacer que te liberes de esto, Emmy. Déjame tenderte una mano, te lo suplico, hermana.

Hermana.

No la escuches. Sólo quiere confundirte. Acaba con ella...YA.

La Dalia soltó un gruñido salido de ultratumba mientras sentía la fuerza sobrenatural de aquél ser y alzó una mano, clavando sus garras sobre la piel pálida y desgarrándola, viendo como comenzaba a manar la sangre,salpicando sus dedos.


-Yo no tengo hermanas.

-Tienes una hermana, y soy yo, Ekaterina. Pero antes de ser mi hermana fuiste mi amiga, hace muchos años-La llamada Ekaterina agarró el cuello de la Dalia y gruñó-¿Lo haremos por las buenas o debo recurrir al modo drástico, Emmy?

La Dalia gruñó y se removió, sintiendo aquella presión en su cuello. Las venas negras palpitaban como si tuviesen vida propia y susurró.

-No te conozco de nada.

Escupió la mejilla de la mujer y puso una mano en la piel de su cuello, desgarrándola también, haciendo manar la sangre. Sintiendo como la mano apretaba su cuello, la Dalia puso ambas manos sobre la piel de Ekaterina, comenzando a traspasarle su frío que podría llegar a congelar a sus víctimas. Ekaterina gruñó ante aquél escozor tan desagradable, sintiendo aquél frío con agonía. Después, progresivamente, su piel se transformó en otra de escamas azuladas, y observó a la Dalia, cansada.

-Lo siento, Emmy. Nunca quise que fuera así.

Y todo se volvió negro...


En algún lugar de Londres.

La Dalia se despertó y abrió poco a poco los ojos, sin saber donde se encontraba. Lo único que recordaba era aquella pelea con la mujer que se hacía llamar Ekaterina. Recordaba la sangre manando de aquella mujer, que se convirtió en...algo...

Una serpiente.

Cuando intentó incorporarse, sintió y vio que estaba atada de pies y manos, lo que la hizo reaccionar. Soltó un gruñido que parecía salido del mismo infierno y tironeó de las ataduras una y otra vez. Debía liberarse y matar a aquella pequeña zorra cuanto antes.

-Vamos, niña, cállate. A mí tampoco me gusta ésto así que deja de ser tan exasperante-Ekaterina estaba apoyada en la pared, evitando cualquier contacto visual, y miraba el paisaje por la ventana-Cuanto hace que existes, Dalia.

-No sé de qué me hablas, siempre he sido así-Respondió la Dalia en aquél tono burlón y levantando una palma de la mano-No sé a quién buscas. Quizás esto es todo un malentendido.

-Te busco a ti, "gatita". Tu eras, o eres alguien que significa mucho para mí. Pero parece que te has caído por un precipicio demasiado hondo.

Ekaterina salió de las sombras y se acercó al lugar donde se hallaba atada la Dalia, con algo en la mano. Algo que de momento no podía ver. Pero entonces, Ekaterina se lo puso delante de la vista. Era una foto de dos jóvenes vestida de época. Una, era ella. Ekaterina. La otra era una joven con una sonrisa en su rostro y el cabello rojo fuego suelto. 

-La conocí en una noche, en un baile. Se encontraba tan perdida y desorientada en aquél lugar como yo. Eso fue lo que me gustó de ella, ¿Sabes? que era "como yo"-La voz de Ekaterina tenía un tono de melancolía y remordimiento.

Pretende confundirte.
No la escuches.

Te está mintiendo.

La Dalia soltó una carcajada desagradable antes de hablar.

-Yo no soy esa, si te das cuenta-La joven pelirroja de la foto no se parecía nada a la Dalia Negra. Algo en su interior se removió, como una sensación extraña que no podía asociar. No. No era ella. Esa no podía ser ella-¿Cómo tú?

-Ambas estábamos perdidas y rotas en un mundo que no nos acogía-Ekaterina volvió a guardarse la foto y colocó los antebrazos sobre sus piernas, bajando la cabeza-¿Qué voy a hacer contigo?

-¿Qué tal si hacemos un trato? ¿Hm? Tú me sueltas y yo no te mato. Me iré de rositas-Contestó la Dalia mientras abría las palmas de las manos. Sus venas palpitaron y las ataduras comenzaron a llenarse de hielo.

-Eres una carga muy pesada si sigues haciendo eso, estúpida.

Ekaterina alzó una mano y la Dalia sintió una fuerza que le oprimía el cuello, asfixiándola poco a poco. Abrió la boca en busca de aire y jadeó, notando como apretaba cada vez más y más, impidiendo el paso del hielo.  La Dalia siguió sonriendo burlonamente, forzándola hasta ver de lo que era capaz aquella mujer.

-¿Por qué no permites que te ayude?

-Quizás no quiera volver.

La tensión se reflejaba en el rostro de Ekaterina, que hizo que las cuerdas se apretasen cada vez más y más hasta que bajó la mano, aparentemente agotada. Apenas podía mantenerse en pie.

-La estás matando...Devuélvemela.

Parecía realmente hundida. Pero eso a la Dalia no le importaba. Soltó un gemido gutural y su voz bajó varios tonos, hasta hacerse de un tono de ultratumba que hacía que la piel se erizase. Seguía siendo el cuerpo de la Dalia, pero la voz era la de aquella fuerza que controlaba a Emmy.

-Te dejas llevar por las emociones. Eso te costará disgustos. Despídete de tu pelirroja. Ella está lejos de toda ayuda.

El ser soltó una carcajada grave y las ataduras se rompieron, lo que hizo que tuviese libertad para saltar encima de Ekaterina, inmovilizándola en el suelo con una fuerza sobrehumana. Sin dar tiempo a que Ekaterina reaccionase y pudiese quitarla de encima, el ser agarró el brazo y hundió sus colmillos en su piel, notando el sabor de la deliciosa sangre en sus labios, lo que provocó que lo más oscuro que había dentro de aquél cuerpo se despertase. La Dalia fue golpeada por Ekaterina y se apartó, gruñendo, con los labios cubiertos de sangre.

-Es la última oportunidad que te doy. Tráela de vuelta.

El ser volvió a reír y relamió la sangre de sus labios, mirando sus manos cubiertas de sangre, clavando sus ojos negros y crueles en Ekaterina.

-Tu hermana está en un lugar donde no puedes alcanzarla. Ahora es nuestra-El ser golpeó a Ekaterina en el pecho, empujándola y se acercó a la ventana, siseándola-Nos volveremos a ver-Tras esto, desapareció, saltando desde el alféizar.

Ekaterina se quedó sola en aquella habitación y susurró, antes de desaparecer:

-No dudes que te encontraré de nuevo, Dalia.Y la próxima vez, te mataré

sábado, 19 de julio de 2014

Welcome to me...Black Dahlia.

Ayer por la noche fue encontrado el cadáver de un hombre cerca de Trafalgar Square. Las autoridades nos han informado que se trata de un varón blanco de treinta y dos años. Según fuentes policiales, el cadáver tendría las mismas marcas que las de Adam Smith, encontrado hace unas semanas cerca del estadio de Wembley.

El cuerpo del fallecido presentaba horribles marcas de arañazos profundos por todo el cuerpo. Además, su cara había sido mutilada con lo que se conoce como "Sonrisa de Glasgow", que consiste en hacer una herida en forma de sonrisa alrededor de los labios. Según el inspector de Scotland Yard, en la mano del cuerpo se encontró una dalia negra, flor muy rara de encontrar debido a su característica genética. 

Conectamos en directo...

Apretó el botón que apagaba la televisión con una fuerza desmedida y tiró el mando al suelo. Este cayó con un sonoro golpe y las pilas se salieron, rodando por la madera. Se giró a su alrededor, con las manos temblorosas.

Su precioso ático en Belgravia estaba completamente destrozado. Los cojines estaban rajados y la espuma sobresalía. Parecía como si un enorme animal los hubiese roto con sus garras. Las cortinas estaban en el suelo, tras haber sido arrancadas de la barra. El espejo del recibidor estaba roto y los cristales caídos, sin recoger. Todo estaba desordenado, tirado o roto.

Ella misma era la imagen de la desolación.
Su cabello estaba hecho una maraña de rizos. Su ropa estaba sucia, manchada de gotas oscuras y espesas. Ella sabía perfectamente-aunque no quería aceptarlo- que era sangre. Sangre humana. Sus brazos estaban cubiertos de cortes y arañazos. Las uñas de sus dedos tenían sangre, y sospechaba que ella misma se había arañado.

Rebuscó entre aquél desastre su teléfono móvil y marcó un número extranjero. El teléfono dio varios toques y Emmy dio vueltas y vueltas como loca, hasta que escuchó su voz.

-¿Diga?

Aquello la desarmó. La poca valentía que había reunido, se había esfumado al escuchar su voz. Su hermana, su dulce y bendita hermana...No podía hacerle esto. No podía, después de todo lo ocurrido. No... No podía..

-¿Ems?¿Eres tú?

Tiró el teléfono contra la pared y éste se estrelló, rompiéndose en pedazos. Soltó un ruido gutural, parecido al gemido de dolor de un animal y se agarró las sienes, que iban a estallarle de dolor.

¿Crees de verdad que puedes huir de nosotros?
¿Crees que te vas a librar?
Eres la conjunción de la Luna y el Sol. 
¿Creías que éste momento no llegaría?

-¡CÁLLATE DE UNA VEZ!-Gritó con todo el aire que podía coger en sus maltratados pulmones.

Emmy salió corriendo hacia el baño y cerró la puerta, mientras el dolor de la cabeza se intensificaba. Las risas aún resonaban en su mente y la joven se sentó en el sucio suelo del baño, abrazándose las rodillas, con las lágrimas recorriéndole el rostro.

-¡DÉJAME EN PAZ!

No, Emmy...Eres la hija de la Luna y el Sol. Y eres más oscura de lo que jamás pudiste creer...

-No...

La pelirroja sintió como si algo la atravesase. Boqueó para coger aire y apretó el borde de la bañera hasta que sus nudillos se pusieron blancos del todo. Necesitaba respirar. Se iba a morir. Boqueó angustiada y sintió que su mirada se nublaba. A tientas, y casi sin respirar, se apoyó en el lavabo y vio su imagen en el espejo.

Aquella no era ella.

Su piel estaba cubierta por venas de color negro como el carbón, sobre un blanco mármol sobrenatural. Las heridas de su brazo estaban de color morado oscuro, como si estuvieran putrefactas. Emmy abrió la boca para coger aire y sintió que se desmayaba, golpeándose la cabeza con el suelo del baño.

Poco a poco, sus ojos se fueron abriendo y observó a su alrededor. Se fue poniendo de pie y observó su reflejo en aquél sucio espejo. Su reflejo había cambiado completamente. Sus cabellos de color fuego ahora eran de color negro ceniza y sus ojos verdes habían cambiado al negro.
Estos estaban vacíos y sin vida.

Bienvenida a la oscuridad, Dalia Negra


sábado, 21 de junio de 2014

La caída de los gigantes- Junio de 2014

Noticia de última hora;
Encuentran en un callejón cercano al estadio de Wembley el cadáver de un hombre que, según fuentes policiales, tenía varias heridas mortales y se encontraba en un charco de sangre. Al parecer, según las imágenes que ha captado nuestra reportera Mary Croft, la víctima tenía arañazos profundos por todo el cuerpo. Ahora mismo conectam...

Escuchaba la tele de fondo. Sentía su murmullo, y apenas entendía lo que decía la presentadora del noticiario de la BBC, pero, aún así, parecía como si su cerebro sí procesase aquellas palabras, las convirtiese en un mensaje comprensible y se lo mandase.

Un cuerpo.

Un varón.

Las imágenes se agolpaban en su cabeza como si quisieran mostrarse ante ella todas a la vez. Sólo veía trazos que no lograba distinguir. ¿Por qué veía a un hombre? ¿Qué...?

La joven intentó levantarse y sintió como un dolor bajaba desde su nuca, enviando señales de sufrimiento por todo su cuerpo. Respiró hondo, sintiendo como sus pulmones y las costillas se hinchaban. Le costaba respirar, tenía la boca pastosa y reseca y sentía palpitaciones en la cabeza, como si la hubiesen golpeado.

-¿Qué pasó anoche?-Murmuró rodando por el suelo, quedando en posición fetal. Uno de sus brazos estaba extendido y podía sentir la suavidad de la madera. Sentía ese olor. Estaba en su estudio, donde guardaba todo aquello que realmente le importaba:Su música, su arte, su literatura-¿Qué narices?

La joven se incorporó de golpe y entonces lo vio.

El suelo de madera estaba manchado de sangre. Sangre que manaba de sus brazos lentamente, con un goteo lento y monótono.

Fue cuando se miró completamente, cuando se dio cuenta de que estaba cubierta de sangre. Sangre fresca, roja, brillante, que probablemente correspondía a su brazo. Y sangre oscura y reseca que tenía por su vestido y, como constató al correr hacia el espejo, también tenía en su rostro y su pelo. 

-¿Qué demonios ha pasado?-Dijo con voz lastimera mientras se vendaba el brazo malherido, sintiendo como la sangre empapaba la tela. Puso sus manos sobre el lavabo mientras sollozaba negando con la cabeza. Tenía un bloqueo que le impedía acceder a sus recuerdos. 

Cuando la reportera de la BBC comenzó a hablar de nuevo sobre la muerte de aquél hombre, Emmy fijó sus ojos verdes en la pantalla. Se veía a la policía trabajando con el cadáver y a la reportera siendo echada del lugar. Emmy se miró la ropa y el dolor de cabeza se intensificó de tal manera que acabó de rodillas en el suelo del baño. Se agarró las sientes mientras chillaba de dolor y los recuerdos volvían a su mente...

Habían cancelado su actuación, pero aún así, ahí estaba ella, con un vaso en la mano y la otra reposando sobre la barra, escuchando la verborrea de Rebecca, la joven estudiante que trabajaba en aquél antro a cambio de unas pocas libras con las que sobrevivir. El ruido del bar la envolvía, cuando sintió una mano en su hombro.

-Eh, preciosa...

-No me toques-Siseó Emmy apartando el hombro de su mano. No se podía decir que el joven fuese mal parecido, pero ella no soportaba que la tocasen. El chico echó hacia atrás las manos con gesto burlón y se apoyó en la barra a su lado.

-Perdona, no sabía que tuviese que pedir permiso a Lady Yorkshire...-Emmy no cambió su gesto  de aburrimiento mientras veía como el chico vaciaba su copa de un trago y extendía una mano hacia ella-Soy Adam.

-Ah, ¿sí? Pues yo no.

Emmy dejó el vaso en la barra e hizo un gesto a Rebecca, despidiéndose de ella. La camarera sintió ganas de gritar cuando se fijó en que el vaso estaba completamente congelado. Pero ya era demasiado tarde, porque la pelirroja se había ido.

Concretamente estaba dirigiéndose hacia el estadio de Wembley, desde donde podría coger el metro que la acercase a Belgravia, cuando sintió otra vez una mano. Esta vez, la golpeó contra el muro de ladrillo mientras la otra intentaba abrir sus piernas.

-¿Te has creído mejor de lo que eres, putita pelirroja?

-¡Déjame!-Vociferó removiéndose y golpeando al joven en las costillas. Éste se encogió pero no cesó en su agarre, cuando Emmy levantó una mano-¡He dicho que me sueltes!

Adam salió disparado y golpeó contra unos cubos de basura, vaciando todo su contenido. El joven la observó como si hubiera visto al mismo Satán salir del Inframundo. Emmy sintió como su cuerpo ardía por dentro, mientras que su exterior parecía congelarse. Su piel se volvió blanca como el mármol y se cubrió con las venas negras, como si estuviesen grabadas con tinta. Entonces, su cabeza miró hacia el joven con una escalofriante sonrisa mientras sus ojos estaban negros como el carbón.
Poco a poco, se acercó al joven desafortunado y le rasgó la garganta con sus uñas, increíblemente fuertes y afiladas. La sangre borbotó por todas partes mientras Emmy seguía rasgando su piel y el hombre intentó decir algo, antes de que la vida se extinguiese poco a poco. 

-¡No!-Chilló la joven pelirroja mientras golpeaba la puerta, haciendo una oquedad en la madera. Las lágrimas caían por su rostro de porcelana y se apoyó en el lavabo, cuando se miró en el espejo. Además de su rostro enrojecido por las lágrimas, pudo observar como su cuello tenía una pequeña vena negra en su parte izquierda, mientras que algunos mechones rizados de su cabello pelirrojo se habían vuelto castaños. Emmy negó con la cabeza y volvió a mirarse en el espejo, viendo como sus ojos se cambiaban del verde esmeralda al negro carbón.

Todo había comenzado...

sábado, 31 de mayo de 2014

Wenn ich sagen würde was ich denke, würde in ernsthafte Schwierigkeiten stecken-1942

Bajó con pasos lentos la gran escalera de caracol que llevaba al corazón de la fiesta, en la planta baja de aquél hotel reservado por el Führer para su gran demostración de poder. Allí fuera, Europa se destruía debido a la ambición de un solo hombre, de un excombatiente, aliado con Italia para dominar el mundo.

Pero el mundo no estaba dispuesto a ser dominado por Adolf Hitler. Y éste respondía.

Emmy sabía con seguridad que la sensación de seguridad y de victoria que querían infundir el Führer, el Reichsführer y todo el alto mando de las Schutzstaffel, mejor conocida como las SS, era todo un velo para que Alemania no viese la verdad. La Operación Barbarroja había sido un desastre. Moscú había quedado asediada por los alemanes pero éstos se habían visto vencidos por los rusos y las condiciones climatológicas. El ejército de Adolf Hitler no estaba preparado para el crudo invierno ruso y miles de soldados perecían en aquellos momentos.

Todo mientras la nata de la sociedad alemana estaba allí, con una sonrisa en sus labios y la convicción de que todo saldría bien. Alemania sería una nación fuerte y dominante. Sería la nación reina de Europa. Pronto, toda Europa sería aria. O eso pensaban ellos.

Pero los pensamientos de Emmy hacia el régimen nazi y su futuro se vieron desplazados ante el recuerdo de aquél cabello que tan bien conocía. Esa manera de moverse, esa figura. Todo aquello era  característico de su hermana Ekaterina.

La joven pelirroja se abrió paso entre los hombres, casi todos vestidos con los uniformes de las SS, y sus esposas, con vestidos llegados de los mejores costureros y diseñadores y perlas en el cuello, intentando mostrar a la mujer con la que conversaban que su marido era mejor.

-Meine Liebe! ¿Se ausenta ya?

Emmy se giró  ante aquella conocida voz que le estaba llamando e hizo acopio de su autocontrol para no suspirar de exasperación. Alexander se encontraba allí con una copa en la mano y esa estúpida sonrisa que Emmy quería borrar de un bofetón. Pero, se limitó a sonreír y a colocarse un rizo detrás de la oreja.

-Sí, Herr Weiner, estoy exhausta.

-Pero el Führer desea verla, Frau Van Veeldvoorde-Alexander se acercó y la agarró del codo, clavándole sus largos dedos-Y no querrá hacer esperar al Führer, nein?

En aquél momento, todo el público se giró hacia algo o alguien y Emmy aprovechó un descuido de Alexander para soltarse de su agarre de hierro. Se mezcló como pudo entre la multitud, que seguía aplaudiendo y mirando absorta a lo que fuese y siguió corriendo, hasta que llegó a la escalera del servicio, por la que podría huir. Debía alejarse de su habitación, pues seguramente sería el primer lugar en el que aquél maldito hombre la buscaría.

Tras varios minutos corriendo, la joven se paró y se apoyó en la pared, sintiendo el frío en su espalda. Tenía los pies doloridos y aquél vestido rojo impedía movimientos amplios, por lo que parecía tener que ir corriendo a saltitos por aquél pasillo.

Ekaterina.

La joven abrió los ojos y se dispuso a buscar a su hermana cuando una mano se posó en su cuello y la empujó con brusquedad contra la pared y sintió como se golpeaba la espalda, notando el dolor que la recorría el cuerpo. Alexander apareció en su borroso campo de visión y Emmy observó que su rostro estaba enrojecido y una vena se marcaba en su frente.

-¿Quién te crees que eres, sucia saumensch? ¿Te crees que voy a esperar a que te abras de piernas por tu propia iniciativa?

Emmy intentó zafarse de sus brazos, pero Alexander la agarraba como si fuese una muñequita de trapo. Sus pies apenas rozaban el suelo y sintió como le rajaba el vestido. Tela cayendo al suelo, rozando su piel. Los largos dedos de Alexander recorriendo sus piernas, llegando hasta sus muslos. Entonces, sintió como caía al suelo con un golpe seco que hizo que todo el aire de sus pulmones saliese, dejándola sin respiración. Cerró las piernas y golpeó la espalda de Alexander, mientras éste se colocaba encima de ella. Sus manos apretaban sus muslos hasta provocarle dolor y Emmy gritó todo lo fuerte que pudo.

-Grita lo que quieras, puta. Nadie te va a escuchar.

Fue en ese instante cuando un intenso dolor recorrió su cuerpo y los jadeos de Alexander comenzaron a hacerse audibles. Emmy dejó que su cuerpo cayese al suelo y sólo deseó que todo terminase, soltando pequeños sollozos de dolor que parecían excitar cada vez más al hombre. Todo acabó cuando la vena del cuello de Alexander se hinchó, éste soltó un gemido y un líquido comenzó a caer por sus muslos. La agarró del cabello rojizo que se había soltado, cayendo en abanico por el suelo y besó sus labios sin cuidado alguno, mordiéndolos y haciéndolos sangrar.

-Eres la mujer más bella que he visto nunca...

-Sucio bastardo.

Ambos se quedaron paralizados y Emmy pudo observar la figura alta y esbelta de su hermana Ekaterina al final del pasillo. Sus ojos azules como el mar brillaban por la rabia de ver a su hermana vejada de aquella manera. Alexander carraspeó y se levantó, colocándose los pantalones, sacando después su arma y apuntando a  Ekaterina.
-Esto no te concierne, preciosa. ¿Qué tal si mueves tu bonito culo hacia la fiesta y nos dejas tranquilos?

-No-Contestó Ekaterina con aquella voz que Emmy apenas sabía de su existencia. No era su hermana. Era Ekaterina. La asesina a sueldo entrenada durante siglos-Eres tú el que debería irse. ¿Por qué no vas a lamerle el culo al hombrecillo traumatizado al que adoráis, hm?

Alexander no pudo evitar soltar una pequeña risa irónica antes de golpear a Ekaterina con la culata.La joven rusa cayó al suelo y observó a su atacante, preparada para saltar y romperle el cuello si era necesario. Había visto como ese bastardo violaba a su hermana, y ella había matado por menos.

Ekaterina golpeó la rodilla de Alexander y el arma cayó de las manos de éste, que se agarró la pierna dolorida. Ekaterina golpeó la pistola, que salió rodando hacia un lado y se preparó para atacar.

Pero no fue necesario.

Uno, dos.

Hasta cuatro tiros fueron los que Emmy disparó con el arma que había resbalado hacia su lado.
La joven tragó saliva y dejó caer el arma al suelo con las manos temblorosas mientras se acercaba al cuerpo agonizante de Alexander, el cual la agarró del brazo y tiró para acercarla a él. 
-Lo siento, Alexander... Te dije que no era la mujer apropiada para ti.

Tras esto, la joven sintió como su cuerpo se tensaba y algo tiraba de ella en su propio ser. Un grito gutural salió de su garganta y fijó la mirada en el hombre. 

Lo último que Alexander Weiner vería en su vida, sería los ojos negros y vacíos de vida de la joven Emmy Van Veeldvoorde.
La joven temblaba de arriba abajo mientras su cuerpo tenía una lucha interna que podría destrozarla. Pero sus ojos volvieron al verde esmeralda cuando sintió los brazos de su hermana Ekaterina, acariciando su cabello rojo. Esto hizo que rompiese a llorar en sus brazos.

-Todo saldrá bien, mi niña...Todo saldrá bien...

jueves, 24 de abril de 2014

Alte liebe roster nicht-1942

La joven dejó caer sus brazos, que sujetaban el violín y miró a su auditorio. Todo estaba en silencio. Ni siquiera se escuchaba una simple tos. Miró hacia la butaca principal y pudo observar como el Führer la observaba atentamente con aquella fría mirada calculadora. La estaba haciendo esperar. Quería que se pusiera nerviosa. Fue entonces cuando éste se levantó con una asquerosa sonrisa y aplaudió.

Fue como si un árbitro hubiese dado la señal de salida.

El resto del público se puso en pie y le dio a la joven violinista una calurosa ovación. Emmy se limitó a inclinarse con educación y una levísima sonrisa en sus labios, desapareciendo del escenario, seguida del rumor de su vestido rojo al rozar la madera del suelo. 

Subió rápidamente hasta el camerino que el propio Himmler había mandado acomodar para ella, con una gran bandera nazi colgada de la pared y un retrato del "adorado" Führer a su lado. Emmy guardó su violín barroco en su funda, tras limpiarlo a conciencia e intentó tranquilizarse, mientras sus manos temblaban, al igual que sus labios.

No sabía si podría seguir aquella vida. Aquél miedo a ser denunciada por alguna persona que creyese que era una judía, o una enemiga del Reich. Mucha gente, la mayoría los considerados "podredumbre de la sociedad" pagaría por estar en su posición: Una violinista, favorita del Führer, que además era el objeto de devoción de un alto miembro del ejército nazi, Alexander Weiner. Pero ella, tenía más miedo si era posible. Sentía que sus movimientos eran controlados al máximo.

Dos leves pero decididos golpes resonaron en la puerta y Emmy se pasó los índices por debajo de los ojos, intentando eliminar cualquier prueba de su debilidad. Se pasó la mano por el vestido con nerviosismo y se acercó a la puerta, abriéndola unos centímetros.

-Meine Liebe! Has estado sublime-Dijo Alexander mientras ponía una mano en la pared y sonreía. Llevaba un uniforme blanco de gala de los altos cargos de las SS.

-Sólo he hecho lo que mejor se me da-Respondió Emmy con voz cansada, mientras Alexander sonreía.

-¡Por supuesto! ¡Y tanto que se te da bien! Oye... quería saber...-Alexander se aproximó a la puerta y Emmy dio un respingo, apenas inaudible, mientras cerraba un poco la puerta.

-Lo siento, Herr Weiner. Me gustaría descansar antes de volver a la fiesta.
-Oh, ¡Por favor, Fräulein!-Alexander abrió de golpe la puerta y agarró su brazo con una garra de hierro. 

La joven se quejó por el dolor y sintió como la arrastraba y la pegaba a la pared. Levantó la vista y la fijó en los ojos de Alexander.

-Warum sind Sie so schön?-Murmuró Alexander apenas rozando sus labios cuando uno de los sirvientes apareció en el pasillo-¿Qué quieres tú?-Gritó y Emmy pudo ver como el sirviente se encogía sobre sí mismo.

-Requieren su presencia, Herr Weiner, y la de Fräulein.
 
Alexander se apartó recorriendo con el pulgar el labio inferior de Emmy y desapareció con el sirviente, mientras éste la observaba con compasión. Emmy se puso una mano en la boca para evitar soltar el gemido de dolor que estaba deseando salir de su cuerpo. Pasó varios minutos intentando tranquilizarse y con pasos tranquilos se dirigió a la fiesta.



El salón estaba decorado en rojo y se podían ver cruces gamadas en esculturas y banderas nazis colgando de todos los lugares. Los ojos de Emmy analizaban el lugar, mientras observaban a la crème de la crème nazi charlando alegremente, ajenos a todos los horrores que ocurrían gracias a aquél hombre con complejos que en ese momento se paseaba como un pavo real por la sala.

Emmy vio como Hitler y Alexander se encontraban hablando en ese momento, y supuso que ella sería uno de los temas de conversación. Los dos hombres se giraron y Emmy observó como levantaban sus copas hacia ella, mientras Alexander tenía una sonrisa enigmática. No pudo evitar sonreír con acidez y amargura.

Estuvo a punto de girarse y volver a encerrarse en su camerino, cuando vio una larga melena negra entre la multitud. Una melena que pertenecía a un cuerpo que se movía con una gran elegancia y unos movimientos que parecían calculados. Aunque Emmy sabía que no era así, porque conocía a esa persona. Se maldijo por lo bajo y se encaminó escaleras abajo, con una mano sobre el brillante pasamanos.

Era su hermana Ekaterina.

lunes, 7 de abril de 2014

1942-Die größte Macht hat das richtige Wort zur richtigen Zeit.

Berlín, 3 de Septiembre de 1942.

El sol, tan extraño en Alemania brillaba como si supiera que tenía que hacerlo. Que debía hacerlo. Como si toda la fuerza que llevaba años gestándose en Alemania llegase hasta él.

Con paso lento, pero decidido, se acercó a la ventana y apartó la suave cortina con su mano izquierda, asomándose a Oranienburger Strasse, en uno de los barrios más antiguos de Berlín. Había sido invitada-mejor dicho, encerrada- en una de las suites más caras. El Führer había pagado muchísimo por escucharla tocar una pieza en su fiesta.

Llevaba unos años afincada en Alemania, tras muchos tumbos aquí y allá. Berlín la había cautivado, al igual que la pobreza que asolaba al país tras la Primera Guerra Mundial, lo cual había provocado aquella devaluación de la moneda. Emmy podía observar cestos en los que cogías billetes de marcos cuando ibas a comprar. La moneda se devaluaba a la hora. Era una bomba que el ser humano había comenzado y que ahora no sabía parar. Le quemaba en las manos.

Había observado casi de primera mano como la figura de Adolf Hitler iba ascendiendo como la espuma del cava. La gente estaba cansada de ser aplastada por la bota de hierro de Estados Unidos, y Hitler les pareció un salvador. Sólo necesitaba unos cuantos adeptos y la más potente arma contra los seres humanos.

El miedo.

Vio como un camión militar pasó retumbando en la calzada de piedra y Emmy suspiró, apartándose de la ventana rápidamente. Pegó la frente contra el cristal y se mordió el labio hasta que sintió el amargo sabor de la sangre.

1939.

Todo se había destrozado en aquella fecha. 

Ekaterina había llegado a Berlín para pasar unos días con ella. En ese aspecto, ambas eran semejantes. Querían vivir la historia, sentirla, tocarla. Aún sentía el olor a sangre y los vítores de la gente al ver como la cuchilla de la guillotina caía contra la cabeza de María Antonieta de Austria y Francia. 

Ambas pasaron varios días inolvidables en la capital alemana. Adolf Hitler ya era canciller tras ser votado, sobre todo tras el incendio que asoló el Reichstag, el parlamento alemán. Eso le hizo que varios se sumaran a sus filas. La gente, católicos y alemanes, caminaban por las calles mientras los judíos eran encerrados en guetos. 

Ese mismo año, Alemania invadiría Polonia y comenzaría la guerra.

Emmy simplemente quería lo suficiente a Ekaterina como para impedirle permanecer a su lado, así que se aseguró de que podía salir del país hacia algún lugar en el que estuviese a salvo, mientras Europa se desmoronaba a su alrededor. Se había labrado alguna reputación como violinista solista, siendo invitada a alguna fiesta del Partido Nazi. No había podido negarse. No podía. Sentía asco hacia sí misma cada vez que tocaba para el Führer, pero no podía hacer nada más. Como aquella noche.

Se giró hacia el tocador de madera de cerezo que Himmler había mandado traer como agradecimiento a "la maravillosa velada con la que nos había deleitado, Fräulein Van Veeldvoorde" Ella casi había sentido ganas de vomitar cuando había visto las muescas que alguien había tallado en hebreo. Se sentó en la silla y respiró hondo mientras comenzaba a peinarse el rizado cabello rojo. Sus ojos verdes estaban enrojecidos por el llanto, y el espejo le devolvía el reflejo de alguien agotado y sin ganas de luchar. Detrás de ella, el vestido rojo que Alexander había mandado traer.

Alexander. Alexander Weiner.

Era uno de aquellos jóvenes que se había tragado toda la propaganda Nazi, cuyo padre había logrado que fuese ascendido más rápidamente a un cargo importante. Se codeaba con toda la crème de la crème Nazi. Y se había fijado en ella. La única joven que no sentía pasión cada vez que hablaba de los horrores que estaban sucediendo.

-¡Annette!-Dijo Emmy alzando la voz, y su criada, la que Hitler había mandado, apareció en el umbral de la puerta. Al ver la cara de su ama, asintió con la cabeza y la ayudó a vestirse lentamente.


Cuando terminó, Annette desapareció tan silenciosamente como había llegado, seguramente a responder al timbre que había sonado unos minutos antes. Emmy se levantó con pesadez de la silla y se acercó a la ventana, escuchando el susurro del vestido al arrastrarse por el suelo de mármol. Apartó de nuevo la cortina y pudo ver el despliegue de banderas y el coche oficial, negro, brillante, y con dos pequeñas banderas Nazis.


Al ver todo aquello, sintió ganas de llorar.

"Pero qué estoy haciendo..."

-Ah, meine liebe, Du bist wertvoller als das Morgenlicht...

Emmy se apartó de la ventana y fijó la mirada en el hombre que estaba parado en la puerta de su habitación. Y supo, que, como siempre, tenía algo que hacer.